sábado, 21 de junio de 2014

Jugando a los gatos urbanitas

Ayer aumentó el nivel de dificultad de escalar y las agujetas comienzan a notarse, pero me da igual porque me lo paso genial. Me encantan las vistas que hay por aquí, la comida (ayer me rendí ante una pizza y helado artesano) y el irme de excursión ya sea caminando o en bici. 

Lago de los arededores


Para subir no tengo problemas, pero para bajar todavía no lo tengo muy claro. Christoph me dice que he de poner mi cuerpo casi perpendicular a la pared (es decir, con las piernas abiertas y como si estuviera tumbada mirando al cielo sólo que con el vacío a mis espaldas) y bajar sin tocar nada con las manos. Lo primero todavía, pero mi instinto de gato urbanita me dice que me coja a algo aun sabiendo que, si me voy a despeñar, lo que me salvará será el arnés y no el hecho de que me agarre a algo o no. Básicamente tuvimos una conversación tipo:

- Vale, ahora baja tú primero y yo te sujeto.... Más atrás, más atrás... ¡Que te estoy diciendo que pongas la espalda más atrás! Vaaale, más o menos, pero no te agarres a la cuerda. No, al arnés tampoco. Manos fuera. ¡Manos fuera! Vale, ahora baja.

- No puedo, quiero cogerme a algo.

- ¡No! Así no se baja. Vas a bajar como toca. Venga, otra vez, túmbate más.

- Pero que no quiero bajar así.

- ¿Y cómo piensas bajar?

- Verticalmente, como he subido.

- ¡Que te he dicho que así no se baja!

- Pero da mucha impresión.

- O bajas tú o te empujo montaña abajo. Tú eliges. Te empujo, ¿eh? - ésto último acompañado de toquecitos en el hombro hacia atrás.

Vistas desde arriba
¡Por favor que no se te caiga el móvil al hacer la selfie!

Momentos antes de ser amenazada con ser empujada al vacío

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