sábado, 19 de abril de 2014

Cambio de look

Mi novio llevaba por lo menos tres meses diciendo que he de cortarme el pelo otra vez. He de admitir que los dos últimos estaba de acuerdo con él, pero en febrero me mudé y en marzo tuve que pagar la uni. Ambos fueron unos meses en los que tenía que gastar bastante dinero y mi sentido común me decía que ir a la peluquería era algo que podía esperar. Llamadme paranoica si queréis, me daba miedo que surgiera un gasto imprevisto que no pudiera afrontar por culpa de haberme cortado el pelo. Para estos casos se puede contar con los padres, pero lo cierto es que prefiero ser lo más autónoma posible.

Durante mi viaje por Escandinavia descubrí que los suecos deben tener su propio peluquero personal porque tanto salón de belleza junto no era normal. Las peluquerías son a Suecia lo que los bares a Madrid, así que tras tanto mensaje subliminal he manifestado mi deseo explícito de ir a la peluquería. Y mi familia política me lo ha regalado por mi cumpleaños (que por cierto, es el próximo lunes).

Hoy iba con la idea de cortar menos y teñir más, pero han hecho un poco lo que les ha dado la gana. Al menos he conseguido que me respeten el escalado y no me lo corten recto como a mi cuñada.

El resultado

He de admitir que me molesta bastante que me digan que tengo el pelo estropeado. Bueno, para ser más exactos, me molesta que me lo repitan a lo largo de toda mi estancia en la peluquería. Ya sé que tengo las puntas abiertas, por eso estoy ahí. Y del mismo modo que cuando te apuntas a un gimnasio no te llaman gordo ni cuando vas al médico te tachan de enfermo, no me gusta que cuando voy a la peluquería me digan constantemente que me cuide más el pelo. No considero que mi apariencia sea lo que he de anteponer a otros gastos, y no quiero que intenten cambiarlo.

Y por cierto, no viene al caso, pero he ido de paseo por los alrededores de la casa de Christoph. ¡El Tirol mola mucho!





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